miércoles, 2 de diciembre de 2009

SARA

Vengan a ver el blog de mi perfo unipersonal: SARA.






















http://saraperformance.blogspot.com/

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Vengan a ver


Desde ahora hasta el 14 de diciembre. No esperen a las últimas! Centro Cultural de la Católica 8.00pm de jueves a lunes.
Actúan Denise Arregui, Alejandra Guerra, Sara Davida, Lita Baluarte, Lisette Gutierrez, Fránklin Dávalos, Sergio Llusera y yo. Dirige Coco Guerra. Música de Michelle Di Bucci. Coreografías de Mirella Carbone.
Vengan para escuchar cantar a Sara y para ver a Fránklin elevarse por los cielos...y para..y ...y...y... jajajzxzx...
Los esperamos.
K.

martes, 28 de abril de 2009

Texto Casi Romàntiko - Tiempos TUC

Nunca pensé que ingresaría al TUC. Tenía una autoestima pobre. Le tenía pánico al examen de resistencia física. Y con razón. Hasta esa época, mi mamá me decía Lagarta. Porque andaba siempre con la presión baja, muerta de frío, buscando por ahí un rayo de sol. Tenía diecinueve años. Pero ya había vivido sola un tiempo en Cajamarca. Y luego en Cuzco. Circunstancias extremas ya habían fortalecido un poco mi ànima. Había postulado a la escuela de filosofía del Padre Antonio Ruiz de Montoya. Pasé el examen escrito. Pero no la entrevista. Tal vez porque era una escuela religiosa en ese tiempo, llena de hombres postulantes a clérigos, y yo tenía ocho aretes en la oreja izquierda, cinco en la derecha, uno en la nariz y el pelo rosa. En todo caso, gracias a ese rechazo, junté valor y postulé a la escuela de teatro. Pero a la de Cuatrotablas.
El examen fue durísimo. También duraba varios días la evaluación, como en el TUC. Pero algo extraño pasó allí. El día del los resultados de los exámenes me hicieron pasar a una oficina. Allí estaba Mario Delgado – una leyenda del teatro peruano- esperándome de pie. Me abrazó muy fuerte y me dijo, Has ingresado en primer lugar.
Eso no lo había soñado nunca. Fui corriendo al Piselli* a llamar a mi papá, a contarle la buena noticia. ¡Papá! ¡Ingrese a la escuela de teatro! ¡Qué bien hijita! Es a esa de la Católica, ¿no?
*
Mi padre es economista, al igual que mi hermana y mi hermano. Supongo que tal vez incluso le parecería tierno que su hija menor decidiera estudiar teatro. Pero tenía que ser en serio. Para mí, que conocía algo del medio, sabía que también Cuatrotablas era tenaz y exigente. Pero mi viejo veía las cosas desde otra perspectiva y definitivamente con más experiencia. Para él lo único que le daba tranquilidad era la solidez del TUC. Los años de historia. El respaldo de la Católica. El hecho de que la escuela fuera cantera de los maestros que enseñaban en otras escuelas. Así que no tuve otra. Postulé.
*
Y mágicamente, contra todo auto-presagio, ingresé.
*
Sabía que los exámenes de ingreso eran sólo una muestra de lo que sería el primer año. Todos sabíamos además, que el primer año era una coladora natural. No todos estaríamos compartiendo el espacio de segundo año. Así que la competencia con uno mismo era feroz. Había un chico que había ingresado, que estuvo en mi grupo durante el examen. Salió al baño durante la prueba física, porque se sintió mal. Luego regresó y siguió intentándolo. Yo pensé que no ingresaría. Pero allí estaba. Luego comprendí: el primer año no era para evaluar tus capacidades innatas, los grandes talentos naturales con los que llegaste al mundo. Sino para que aprendas a romper tus propios límites. Tus propios esquemas. Tus fronteras.
Esto era lo que buscaban nuestros maestros en cada uno de los cursos. Y el camino para lograrlo era la seriedad, la exigencia, la entrega. Había que ser conciente del privilegio de ocupar un banco en esta suerte de santuario del teatro. Y definitivamente encontraban eco en los alumnos. Claro que hubo quienes no lo vieron de esta manera y se retiraron de la escuela. A tiempo.
En esa época comenzamos a saber en qué nos habíamos metido. Willi Pinto y Carlos Alvarado, maestros de actuación y entrenamiento, nos comenzaron a hablar de la pre-expresividad. Del actor/chamán de Barba y el Tercer Teatro. De el actor/santo de Grotowski. De la biomecánica de Meyerhold. Fernando Delucchi, nuestro maestro de música, de las estructuras básicas de Laban y de las mágicas estructuras matemáticas que se repiten tanto en la música como en el cosmos, y naturalmente en la manifestación del ritmo en el comportamiento y pensamiento del hombre. José de Zela nos ensañaba los secretos caminos del silencio y la inmovilidad. Del control y el ensueño. Nosotros no estudiábamos en ese primer año la esencia del naturalismo. Más bien buscábamos la verdad por el otro camino. El más antiguo. El más exigente a nivel físico. El más traidor a nivel subconsciente. El más místico, si así quiere llamàrsele.
Definitivamente, se requiere un nivel de mística en el arte, ya que los artistas le dan vida al aire, a las ideas, a los sueños. Y en el trabajo que nosotros realizamos, esta mística se encuentra a través del más profundo rigor con uno mismo. A través de la repetición. Después del hartazgo, aparece la verdad. La verdad sin máscaras ni conceptos preestablecidos.
*
Hay una experiencia que quisiera resaltar de ésa época. Durante las evaluaciones del curso de actuación del primer ciclo, Willi daba indicaciones a todos los alumnos. Yo, por Spano, era la última de la lista. Pero estaba tranquila, porque Willi incluso al que yo consideraba menos dotado le había dicho, Sigue así o Sigue por ahí. Pero cuando llegó a mí, se sacó los lentes y me preguntó, Kareen, por qué no te quedas en Barranco, con tus amigos. No entendemos muy bien qué haces aquí. Casi me muero. Yo había trabajado tan duro. Ese había sido un año terrible. Mi papá se había caído del tercer piso y tenía siete costillas rotas. Casi no se podía mover. Mi mamá había sufrido dos infartos. Yo había desarrollado una gastritis dolorosísima. Y muchas otras cosas más, terribles, que no contaré aquí. Pero que sí le conté a Willi, por ser mi maestro. Willi, muy tranquilo, me dijo algo que nunca voy a olvidar: Eso no le importa a nadie. La gente que viene al teatro tiene sus propios problemas. Sufren sus propias historias. Y ellos no salen de sus casas, pagan su dinero y vienen hasta el Centro para ver a una actriz sufrir, o dar poco de sí porque está sufriendo. Has dado de ti, sí. Pero tienes que dar más. Tienes que dar todo. Nada más. Mata tu ego.
*
Lloré de rabia y me abracé a mi oportunidad. Esto lo había escogido yo. A esto se refería la gente de teatro con eso de la función debe continuar. En ese momento yo no lo sabía, pero Willi me había regalado el mejor consejo que pudiera haber recibido. Decidí reaccionar.
*
Lo que no fue sencillo. En ese tiempo tenía un presupuesto diario de cinco soles, con suerte, descontando los pasajes. Así que, o almorzaba, o presentaba mis trabajos tipeados. Consideremos que en esa época no era tan común tener impresora en casa. Así que muchas veces no cumplía con mis necesidades gástricas, pero sí con mis exigencias académicas. Lo que me dificultaba a veces la concentración. Otros dos grandes maestros de los que tuve la oportunidad de aprender –algo– fueron Hugo Salazar del Alcázar y Rosa Troncoso. Ellos me enseñaron a intentar ser objetiva y metódica. Así que sugiero que continuemos el paseo por estas memorias académicas siguiendo cierto orden.

La Casona del TUC, El Centro, la organización del espacio dentro de la escuela.
La Escuela de Teatro de la Pontificia Universidad Católica del Perú, originalmente no estaba en el campus de la universidad. Funcionaba en una vieja casona en el jirón Camaná, en el centro de Lima. El centro de Lima es poco decir. El centro es el corazón del Perú. Personalmente, la ubicación original de la escuela fue parte fundamental de mi desarrollo artístico y de la definición de mí misma como artista en mi país. Antes de ir a estudiar al Centro no conocía la letra de un solo vals criollo. Adoraba su arquitectura, pero era incapaz en perderme en sus calles para investigar la ciudad, sus historias y personajes. Me moría de miedo. Era insano tan sólo pensarlo. Con esto, ir a estudiar al TUC era como un sello de fuego que significaba muchas cosas. Entre ellas que había calidad en tu trabajo artístico, que conocías el rigor profesional y que tenías unos ovarios de oro y mucho coraje para ir todos los días al Centro que, como reflejo de Lima que es, en esa época era un infierno. Un bellísimo infierno.
La casa, suficientemente grande como para albergarnos cómodamente a todos, suficientemente chica como para que tuviera un concentrado sabor a laboratorio, seguramente ha sido mucho mejor descrita por algún otro colega. Sin embargo, hay algunos puntos que me parecen importantes a resaltar por su carácter académico. El mundo de un artista, necesita ser nutrido. La casona tenía balcones antiguos desde donde espiar el jirón Camaná y la vida de sus vecinos. Desde donde ver el sol teñir de dorado la Plaza Francia y la calle y todos los autos. Donde encontrar la vida tan franca que te duela de tan dulce, de tanta historia y tanta miseria y tanta extraña belleza. Y conocer también así los misterios de la emoción. El olor de la madera vieja. La energía de toda esa gente que estuvo allí antes que nosotros. Dejar volar la imaginación a las otras eras. A la Lima que fue. Y también la Lima de entonces, que se filtraba con su caos por las ventanas. Había corredores con fantasmas y salones con fantasmas y escaleras con fantasmas y un salón de entrenamiento llamado el Pozo porque cuenta la leyenda que antes hubo un pozo allí, y que era allí donde se enterraba a la gente de la casa. Como es natural, cada uno conocía una versión diferente. Había una cafetería donde te podían fiar si no tenías plata para comer. Porque realmente no se puede trabajar como Dios manda sin comer. Allí atendían dos viejitos del siglo pasado, imposibles, inverosímiles, como para recordarte que efectivamente, la realidad día a día supera a la ficción. El solar antiguo separaba el resto de la casa de la calle y adentro el silencio podía ser religioso. Tenía incluso, un pedazo de cielo. Sin cables de teléfono, ni edificios. Un pañuelo de cielo. Podías tenderte en el piso y ver los gallinazos de los que ya tanto escribieron los poetas, dando vueltas sobre tu cabeza como para recordarte que o te mueves o es que ya te moriste y no te has dado cuenta. Y tu pensamiento, alejado de las necesidades del consumismo, volaba ocioso. Curioso. Lúdico. Todo esto es, necesariamente, subjetivo. Lo que es cierto es que era un contexto nuevo para muchos, puro en su originalidad, que nos brindaba las pocas facilidades estratégicas que necesitábamos para mantenernos concentrados, nutridos y, hasta cierto punto, apartados de la realidad. O de lo que había sido nuestra realidad hasta entonces: la casa, la familia, los amigos de siempre. La música que siempre oías. Los sabores que te eran familiares.
Lo que me parece bien. Sobre todo, si parte del éxito de tu desarrollo como artista implica el hecho de que aprendas a volver a ver el mundo, esta vez desde muchos otros ángulos y no sólo desde la confortable seguridad de lo que ya es conocido para ti.

Desarrollo de la voz, cuerpo, intelecto, mente, memoria colectiva, alma
Una de las cosas que más se criticó a lo que hoy conocemos como el antiguo TUC, que sería el del Centro, era el poco dominio que los alumnos egresados tenían sobre el texto dicho de manera naturalista. Yo había tenido la suerte de llevar cinco años de teatro clásico en el colegio, en un excelente taller a cargo de Isabel de Jiménez de Cisneros, lo que me hizo mucho más cotidiano trabajar con un texto naturalista. Pero hay algo que se olvida con frecuencia. En ésa época, la escuela no se enfocaba en este estilo de actuación. El trabajo de laboratorio e investigación teatral no convencional generalmente toma mucho más tiempo que la investigación o el laboratorio para un montaje naturalista. Y lo que se hacía en el TUC entonces era investigar a fondo. Los ejercicios para investigar la voz y el cuerpo eran casi todos de origen oriental. Trabajábamos con técnicas de artes escénicas y marciales chinas, hindúes, japonesas. Observábamos los trabajos que hacían los bailarines de Kathakali o los del teatro No. El Tai Chi era base del desarrollo de los resonadores y del aparato vocal, entre otros. Todas estas disciplinas tienen mucho en común. Todas trabajan no sólo el cuerpo sino el alma, si así quiere llamársele. Son disciplinas que te templan el cuerpo, la mente y el espíritu. Y el resultado que buscaban en los alumnos era precisamente ése. Que fueran capaces de entretejer en su performance sus destrezas físicas y su agilidad mental con una humildad enorme y un gran silencio interior, que les permitiera seguir siempre aprendiendo y no anteponer sus pasiones humanas al gran maestro: el teatro.
Utópico, complicado, tal vez. En todo caso, en éstos tiempos de modernidad me resulta una guía útil tener un ideal. Aun que sea uno.

La Marquesa Rosalinda y el dictador
Los años en los que yo tuve el gusto -y el susto- de estudiar en el TUC fueron años en los que la política nacional no podía pasarse por alto. En 1998 era frecuente la interrupción de las clases a causa de la política. Ya fuera porque se filtraban las arengas de los manifestantes, o porque teníamos que evacuar el salón porque se había llenado de gas lacrimógeno, o porque un grupo de alumnos alegremente se retiraba del salón porque la marcha había comenzado. Y se iban a expresar sus ideales políticos a la calle**. Creo que esta involuntaria experiencia vivencial dentro del caldero del país también fue determinante en nuestro desarrollo como artistas. El íntimo contacto con la realidad nacional implicaba que a corto o largo plazo definieras tu postura en ese tablero, o que por lo menos pensaras en ello. Se supone que política es la polis gobernando. Polis somos todos. Los jóvenes -a quienes más nos debería importar esto por el simple hecho de que, con suerte, nos queda más tiempo en este mundo para gastar- con frecuencia no estamos en contacto con nuestra realidad política, ni con las decisiones que transforman nuestro destino. El teatro, las artes, tienen en ese sentido una relación ancestral con la política. Basta recordar a los poetas griegos. Decir que el molde actual de publicidad global tiende a estupidizarnos para convertirnos en borregos consumistas ya no es ninguna novedad ni escandaliza a nadie. El artista tiene la oportunidad de formular una pregunta donde hay un silencio confuso, o de generar silencio donde hay caos. Estudiando en el TUC de entonces, definir tu postura en tablero político del país era un resultado espontáneo, orgánico. Muchos nos salíamos de las clases a marchar (sacando siempre previamente las cuentas de nuestro límite de faltas permitido por el reglamento). Otros no lo hicieron nunca ni lo harán, pero si les preguntas por qué podrán responderte algo más sustancioso que Porque la política me aburre. La experiencia no era light. La currícula no era light. El lugar, metafísica y geopolíticamente, no era light. Creo que el ejercicio de la filosofía y la dialéctica, aunque forzado, es siempre oportuno en el arte. Sobre todo, en tiempos en los que pareciera que hubiese demasiados agentes interesados en que el hombre común no piense demasiado.
*
Algunos profesores nos despedían cómplices cuando íbamos a las marchas. Otros no sabían nada. Eran tiempos agitados, en los que incluso un alumno del TUC, José Santana, fue perseguido absurdamente por realizar una performance en la embajada del Japón, reconociendo a las víctimas de ambos bandos de la toma de la embajada*** como seres humanos. La gracia performática le costó a Pepe su exilio y clandestinidad en Tacna, con un pie en Arica, durante varios meses. Después de eso, helicópteros volaban en círculos, bajo bajo, como los gallinazos. Desde el patio de la escuela podías ver al fotógrafo y al zoom de su cámara dentro de la libélula de fierro. Algunos alumnos se escondían en los salones. Otros decían que estábamos paranoicos. Otros salían al patio y saludaban al helicóptero con su dedo medio, en curioso pero elocuente gesto.
Pero también era un tiempo de desarrollo en Lima. Se inauguraron muchos parques, centros y colegios. Algunos sin fierro en sus estructuras. Pero igual se inauguraron por montones. Los alumnos de mi promoción estábamos llevando actuación con la directora del la escuela en esos años, María Luisa de Zela. Y el tema que nos correspondía era la Comedia del Arte. El teatro de calle, el pasacalle, la improvisación, etc. Nosotros hicimos una comedia del Siglo de Oro, la Marquesa Rosalinda, donde tuve el gusto de actuar a la Marquesa, sabandija lujuriosa y pícara, aburrida dama de sociedad. Era un ágil y vistoso espectáculo musical, muy adecuado para inauguraciones de plazas, por ejemplo. Inauguramos varios parques. La nueva Plaza San Martín. Colegios. No sé cuántos centros. Todo en un lapso de seis meses. Hubo quien se quejó de recibir a cambio tan sólo – y a veces– un rico cuarto de pollo a la brasa. Pero la experiencia adquirida fue enorme. E innegable. Hicimos un trabajo tenaz, a fondo, que nos permitió conocer el teatro de calle – o de exteriores- no sólo desde la perspectiva de un examen final o un pasacalle dentro de la universidad, sino a veces para miles de personas, decenas de funciones. Ahora conocemos algo más que muchos trucos con respecto a eso.

La increíble relación del TUC con el exterior en los años de la sombra y de cómo empecé en el TUC antiguo y me gradué en el nuevo

A finales de los noventas el terrorismo aún era una realidad latente. Los últimos quince años los veníamos viviendo cada vez más sumidos en la sombra del temor. Se había generado una suerte de código de guerra: nada brillaba demasiado, no había luces por las noches, nadie ostentaba nada. La gente, literalmente, no salía de su casa. Pero algo curioso pasaba con el teatro. El teatro peruano vivió una era de apogeo. Fue como una voz que seguía cantando donde había llegado el silencio del horror. La gente iba al teatro. Poco, pero iba. En el TUC pasaba algo aun más interesante. En una época sin importaciones ni exportaciones, el TUC importaba docentes y exportaba alumnos. Casi cada año, un director extranjero venía a la escuela a hacer un montaje con los alumnos de último ciclo, y lo más frecuente era que ese grupo luego viajara a algún festival en el extranjero. Esto era lo común. Ahora que lo veo a distancia, me parece extraordinario. Un broche de oro para todo el esfuerzo realizado, tanto por los alumnos como por los profesores, en el camino de la formación de un actor. En un tiempo en el que había toque de queda para los sueños. Algunos alumnos nunca habían viajado ni a provincia. Y se iban a un festival en Dinamarca, por ejemplo.
Yo no pude ir con mis compañeros al viaje que me correspondía a Finlandia -con el brillante montaje que hizo Laura Jännti de la obra Runar y Kylliki, en el que su servidora tenía un personaje maravilloso y central-, gracias a las sutiles diferencias de opinión que doña María Luisa de Zela y yo tuvimos en su momento. Lo que marcó, por decirlo de una manera académica, nuestro irreparable y violento distanciamiento de por vida. (Jajajazzxx). Pero el TUC, a pesar de la mudanza a Pando sobrevivió, cambiaron de administración y yo me vine a graduar años después junto a un pintoresco grupo de alumnos que habían dejado la escuela en el último curso, en un intento de la nueva gestión de graduar de una vez a los antiguos tucnianos pendientes. Iniciativa por la que estoy más que agradecida. Y dentro de esta nueva gestión, tuve mi viaje de graduación también, pero a Avignon, Francia. Un sueño hecho realidad. Un sueño que probablemente no habría podido lograrse de no haber tenido la estructura integral que el TUC me podía ofrecer, tal como lo visualizó mi Viejo diez años antes.
Y no hay nada de amargo en esta parte final de mi relato. Si en la escuela no me hubieran enseñado a luchar como lo hicieron, tal vez yo me hubiera quedado sentada, mirando mi barco pasar. Pero ya era muy tarde. Ya me habían enseñado lo que podían, y me habían hecho fuerte, sonriente, solar. Todo lo que viví allí me templó, como quién pasa por el fuego de un volcán.
Es muy curioso para mí que diez años después del feroz final que tuviera mi relación con María Luisa, ella me invite a escribir estas memorias reflexivas acerca de mi experiencia en el TUC durante su gestión. Llegué a dos conclusiones – las dos me favorecen. O a. La dama en cuestión, muy astuta, ha consultado la hoja de coca, los caracoles de la selva y el tarot egipcio, y ha visto que después de la revolución utópica seré ministra de cultura o B. Mi maestra, humana al fin, me sigue enseñando que en la vida como en el teatro el agua fluye, el río canta mientras calla, el viento danza y la vida encuentra su camino hacia la evolución, siguiendo la misteriosa ruta del equilibrio, inestable por naturaleza, hacia la armonía.

* Antigua bodega barranquina.
** En el año 1997, Paloma Martínez, Augusto Navarro, Brenda Manrique, Ximena Améri y K.S. fundaron, motivados por su indignación política y sentido de responsabilidad social, el grupo de performance política La CGP (Cuidado Gente de Paz), añadiendo de esta manera un esfuerzo más al inmenso movimiento de estudiantes en contra de la dictadura de Fujimori - Montesinos (1995-199X)
***El MRTA (Movimiento revolucionario Túpac Amaru) realizó un secuestro masivo en la embajada del Japón en Perú en el año 1996. La toma de la embajada se realizó cuatro meses después por el ejército peruano. El ejército terminó con la crisis y con la vida de todos los terroristas, muchos menores de edad. También murieron dos militares y un civil. Fueron 17 bajas en total. Y fueron 17 las rosas rojas que José Santana dejó en la puerta de la embajada, en el primer aniversario del operativo. En una performance que recordaba las vivas perdidas durante el comentado hecho.



Huachipa, febrero del 2009.
Dedicado a los fantasmas de Don Teo, Michita, Miguel Angel Rafael, y Hugo Salazar del Alcazar.

domingo, 1 de febrero de 2009

Acerca del Entrenamiento

Hoy ví algo en la tele que me llamó la atención. Pero no tanto por su contenido como por la polémica que generó. Era acerca del "bautizo" de unos jóvenes que entraban a la escuela de policía de Chimbote, creo. O Chiclayo. El video era fuerte. Los chicos tenían que rampear en cloacas. Tragar tierra. Dejar que sus superiores les hundieran la cara en barros inmundos. Y otros. Y la gente opinaba. Un comunicador estaba horrorizado. La Cuculiza, fujimorista y partidista de la dictadura y su violencia, también. Curiosamente, un psicoanalista que estudió en el Leoncio Prado no tanto. Y un coronel que tuvo que salir a dar la cara, mucho menos.
Cuando estuve en la escuela de teatro, también se estilaba bautizar a los cachimbos. De forma artística y muy violenta. Yo advertí que yo no entraba en esas vainas, y que al que se me acercara le esperaba una lucha a cabezasos. Nadie me atacó. Pero nada me libró del entrenamiento.
El entrenamiento del primer año lo enseñaban Carlos Alvarado y Willy Pinto, y el objetivo era literalmente Vencer tus Propios Límites de Resistencia. En algún momento de ese primer año, llegábamos a hacer en total, entre las clases de actuación, entrenamiento, voz y danza, alrededor de dos mil abdominales. Al día. Cuando entré a la escuela, hacer cincuenta de corrido me parecía una barbaridad. José de Zela, maestro de Tai chi, a veces nos hacía hacer un solo movimiento o llevar una sola postura durante dos horas seguidas. Dos HORAS. Carlos nos llevó a entrenar a la playa. Al agua helada. También la gente de Cuatrotablas hizo eso. En el TUC, en febrero el calor en El Pozo era imposible. Durante el primer año a veces la gente, deshidratada, salía a vomitar. Entrenabamos hasta ocho horas corridas al día, sin contar con los ensayos de cada curso.
*
Un día se me hizo sencillo hacer 2000 abdominales. Mi mente había dejado de protestar. Era más sencillo trabajar hasta la madrugada. Concentrarme durante horas. Manejar la sensación de dolor. Gracias a las clases de Tai chi, llegó un punto en el que podíamos caminar en un salón a oscuras sin golpearnos ni con los compañeros ni con las paredes. Los ojos vendados. No nos golpeábamos con las paredes porque podíamos sentir el frío de las paredes. La presencia y latido de las paredes. Entrabamos en contacto con su energía. No nos golpeábamos con las paredes porque éramos las paredes.
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Exagerado?
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Esta semana tuve la gracia de filmar un corto intenso, silencioso y truculento. Con una foto espectacular, en un lugar hermoso: Pucusana. Tuvimos que grabar 5 horas bajo el sol de enero, trepados en una barca sin techo. A medio día, naturalmente. Tuve que dejar que me tiraran al agua helada, llena de peces, algas y lobos de mar. Y quedarme allí tendida un rato, porque estaba muerta y el personaje lo requería. La sangre que me echaron en el rostro era finísima. Me cayó pésimo, me puso la piel roja y me ardía mucho. Me ardían los ojos. Quería llorar. Pero una vez más estaba muerta y no me corresondía ni llorar, ni pestañear, ni mucho menos, quejarme. Hubiera podido decir Corten carajo, que se me cae la cara. Pero no tenía ningún sentido. Hubiese sido tan sólo una pérdida de tiempo y una indisposición al equipo. Se habían olvidado de traer miel para hacer la sangre y estábamos en el puto desierto. Aguanté hasta que pude, grabamos lo necesario y paramos. Luego tuvimos que bañarnos de noche, con ropa. A la intemperie. Todas eran imágenes bellísimas. El corto tiene una belleza poética maravillosa. Pero:
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Si no tuviera la mente entrenada, no hubiera podido hacer nada de eso. Cualquier cosa que se me ponga ahora por delante se me ocurre que es poca cosa, o sencillamente, que no es algo imposible. Puedo nadar. Puedo estar muy quieta. Puedo tener los ojos abiertos mucho rato. Puedo aprender a hablar idiomas nuevos. Acentos nuevos. Culturas nuevas. Puedo aprender nuevos pasos de baile o caídas. Mi cuerpo ha aprendido a aprehender. Puedo autoobservarme. Puedo dejarme libre, muy libre. Puedo estar callada días, y puedo no parar de hablar improvisando. Puedo Escuchar. Puedo aceptar que, como todo homo sapiens, tengo un nivel jodido de neurosis, y a veces sospecho que algo más. Pero ya no me asusta. Soy lo que Dios deseaba que fuera. Soy la clave perfecta para el momento exacto. Una suerte de llave única. Como cualquiera. Sólo que yo lo se porque lo descubrí. Y a veces descubrir eso requiere que camines tu camino a fondo. En la escuela me enseñaron a valorar todo lo que me pasara en la vida y a dónde eso me llevara. Le llamaban Experiencia de Vida, y es algo así como la mochila de Sport Billy, una suerte de chistera de mago de donde en vez de saltar conejos saltan nostalgias, verdades, silencios. Humanos, muy humanos.
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Qué hubiera pasado si me hubiera negado? Si no hubiera aprendido a dominar la mente y me hubiera quedado a merced de mi flojera y sus mil excusas? Si no me hubiera mirado un día de cara a un espejo? Y haberlo hecho hasta mirar adentro y verme volteada, como en un negativo? Negativo pero yo. Siempre yo. Siempre fiel. Siempre tú.
Qué hubiera pasado?
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Tal vez los policías si no los hacen andar por cloacas hagan ascos a la realidad cuando tengan que hacerlo para perseguir a un narco, o a un sicario. Tal vez pierdan la concentración si acaso tienen que rampear por sus vidas o las de otros y tragan en el camino tierra o arena. O tierra y arena con pila de perro. Podría suceder. Tranquilamente. Tal vez no irían a investigar o no lo harían a fondo en un basural. O entre tripas de pescado en un muelle. Como dijo el Psiquiatra que estudió en el colegio militar L. Prado, es como los que quieren estudiar medicina, tienen que poder tolerar a un muerto. Si no puedes hacerlo, sencillamente, tienes que cambiar de oficio. Y el ejército desgraciadamente es en este momento, como muchas otras instituciones, precisamente eso: una cloaca de corrupción.
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Nuestro oficio requiere un cuerpo sabio, flexible, fuerte, ágil, inteligente, intuitivo, adaptable, moldeable,preciso, impecable, versáil, disciplinado, mesurado, resistente, lleno de brío y a la vez dócil. Y cuando se habla de un cuerpo, se habla también de su respectivo cerebro.
Eres capaz de resistir el entrenamiento de un actor?
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Cuál es tu oficio?
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