lunes, 17 de marzo de 2008

Brillar como una estrella o el loco que observa

Un actor tiene, en sí, la capacidad de ser muchas cosas. Tal vez, dependiendo de sus características y habilidades, las que él o ella quieran. Cuando está en escena brilla como un pulsar. Como una estrella verdadera. Su corazón emana una luz potente que late. Su cuerpo no se opone. Su alma está en otro lugar, lejano, a donde la haya envíado la mente, viviendo tiempos ajenos, realidades distintas, transportado por la magia del teatro y el poder de la concentración. Un actor lo entrega todo y si es preciso, muere en escena. Y si no murió con veracidad, se irá a casa intentando comprender el fracaso escénico de su muerte y trabajará para que en ella haya verdad la próxima vez que se presente la oportunidad.

Pero dentro de un actor hay también otro personaje. Uno del que a veces, equivocadamente, podemos incluso sentirnos avergonzados. Un ser extraño que nos hace percibirnos distintos. Un ser incomprensible que nos hace pensar en hacer teatro en vez de hacer grandes empresas o salvar el mundo. Un ser que se preocupa, como un loco, de las cosas pequeñas, de los detalles. Un cazador de momentos. Un observador silencioso que no participa de la vida cotidiana. La observa. La compara. La memoriza.
El loco está con la estrella en escena. Cuando ella cae en su muerte perfecta él sostiene su cabeza para que no se reviente los sesos. El loco no piensa con una mente racional. Pero es lúcido. Sabe sobrevivir. La estrella lleva al límite la emoción y se entrega a la verdad del momento. El loco sostiene su voz, se preocupa de que tenga apoyo, que no se desgole. Es un maniático. Un relojero. Conoce perfectamente el oficio en escena y no permitirá un solo error. Todos deben llegar a sentir el brillo de la estrella. Y es él quien la pule. Conoce exactamente cuantos pasos hay de un lado al otro y hasta al fondo del escenario. Camina en la sombra sin tropezar, como un topo ciego. De puro maniático. De puro haber pasado por ahí con luz, sin ella, de espaldas, corriendo, a límites absurdos de lentitud también.

La estrella cuida su imágen. Sabe que, le guste o no, los ojos de todos estarán sobre él o ella. El loco, en cambio, se ensucia los pies por su brillo. El prueba. Experimenta. El no tiene prejuicios, no condena. No juzga. Observa. Es silencioso. Le interesan más el sonido del mundo y las conversaciones ajenas. El actor pule su vestuario y su maquillaje para brillar con verdad en escena. El loco que lo cuida, está cubierto del polvo de esta tierra.

El actor, la estrella, al estar conectado con el mundo exterior , a veces es inseguro, se juzga en escena y no se permite ser.

Al loco, le interesan las curiosidades de la humanidad. Pero ni siquiera piensa en ser parte de su sociedad. Él se sabe solo, creador, maniático observador, le importa poco lo que dirán, su campo de acción no es el mundo, es la escena y el camino hacia ella. Sabe que no tiene nada que demostrarle a nadie. Sabe que Dios - o lo que sea- lo ha hecho así, con esas cualidades, y que no es su culpa, si hubiera podido elegir tal vez sería otra cosa, pero no puede. Es un actor. El loco es sabio. No cuestiona. No Juzga. Sabe todo. Observa y confirma. El no tiene inseguridad alguna sobre su naturaleza y su función. El confía. El es parte de la creación y tiene una función muy específica en ella.

El loco y la estrella se necesitan. Hay que confiar en el loco. Hay que dejar pulsar la estrella.



Más información sobre el tema:
El ave que pica y el Ave que observa,
Jerzy Grotowski.

2 comentarios:

La NArradOra D kuEntoS dijo...

realmente hermoso es este post
cuanta verdad ¡¡¡

Casi sin palabras (por que dije algunas)

conversaciones ajenas , observar ... maravilloso loco que tenemos dentro , que nos hace que nos veamos de manera diferente , que hace que veamos de manera DIFERENTE.

Anónimo dijo...

Que viva el loco!!! ... Coco!!!